De casta y caspa: "castucas"

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Gruber04

Pasaron las elecciones y las investiduras. Cada cual ha tomado las decisiones que ha creído oportunas o conformes a su manera de entender la política, a su ideología, o a los compromisos adquiridos. Y ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. Nos están gobernando. Y, por los hechos les podremos juzgar.

Manifiesto ser votante de ACPT, pero, esta vez, he votado en blanco, lo confieso. No he sido capaz de elegir. Y es que también comulgo, desde hace mucho tiempo, desde mucho antes de que Podemos naciese, con los principios sobre los que se presentó esta formación: "Hay que buscar la unidad con la mayoría de la gente", "no a las sopas de siglas", "hay que dar el poder al Pueblo", "hay que dejarle participar, más allá del voto cada cuatro años, más allá de escucharlo cuando llegan las elecciones", "hay que darle la oportunidad de decidir"... Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Y parece claro que no debe ser fácil dar ese paso.

Además, he votado en blanco porque ni ACPT, ni Podemos (Torrelavega Puede) responden hoy a la idea que me había hecho de ambas formaciones. Posiblemente, la culpa o el error sean míos. Lo siento.

Lo de la investidura es otra cuestión. Ya dí mi opinión. Y quiero dejar claro que no comparo a ACPT con el PSOE. Ni mucho menos. Respeto sus decisiones, aunque algunas no las comparta. Pero la negociación habida ha crispado a más de uno, hasta el punto de llegar a oír que "ACPT ha apoyado al GAL". Y tampoco es eso. Pero resulta chocante que ACPT tenga conversaciones con quien le obligaba a dar sus ruedas de prensa en la calle; con quien durante años, ha estado mareando la perdiz en temas como las mercancías peligrosas o el transformador de Lasaga Larreta, entre otras cuestiones; o con quien se ha apresurado a decir que el centro de emprendedores es irrenunciable. Y, todo ello, sin olvidar otras decisiones históricas del PSOE como el tema de la cantera de Solvay en el Dobra, por ejemplo, y otras de menor alcance, pero importantes, como lo de la Carmencita del PRC. Sentarse a hablar, intercambiarse propuestas, llegar a acuerdos, sólo se hace cuando se confía en la palabra del interlocutor. O cuando no se tiene más remedio que pactar para sobrevivir. Los sindicalistas sabemos algo de esto. Si el PSOE necesitaba apoyos para recuperar la alcaldía era su problema. ACPT, a partir de ahora, está obligada comprobar si sus interlocutores cumplen con la palabra dada y a denunciar sus incumplimientos.

Quería cerrar este debate y dejar claras estas cuestiones antes de pasar al fondo de este artículo, y que se refiere a mi crítica a la política tradicional de las izquierdas, de la izquierda en general, sin aludir a nadie en particular, porque de algunos de los rasgos que denuncio, en mayor o menor grado, suelen participar todas. Lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo, y los hechos, en mi opinión, están avalando mis críticas.

En estos momentos, nadie está obteniendo la mayoría suficiente para el cambio, el bipartidismo está tocado pero no hundido, la gente no ha cambiado masivamente su voto, a pesar de su deseo de cambio, y sigue habiendo opciones minoritarias que no acaban de despegar. Esto nos obliga a seguir reflexionando, a preguntarnos por qué esto ocurre, a "tener la radio encendida", a escuchar, a reivindicar, al mismo tiempo, el derecho a expresar lo que uno siente, aun a riesgo de ser tildado de las cosas más contradictorias. Las críticas, aún las constructivas, duelen pero no por eso hay que insultar a quienes las hacen.

De las políticas de derechas (que no se encuentran sólo en el PP) no voy a opinar mucho. Sólo decir que siempre mienten porque nunca pueden cumplir lo que prometen al Pueblo, ya que aquellos a quienes sirven y representan, son insaciables y su beneficio lo obtienen de explotar a los demás. No se puede servir a dos señores al mismo tiempo.

Por el contrario, me interesa hablar de la izquierda que es la única fuerza que puede transformar la sociedad.

La noche del referendum griego, una histórica dirigente del PSOE decía que era igual de democrático el referendum griego que cambiar el artículo 135 de la Constitución mediante un pacto nocturno PSOE-PP, que luego llevarían al Congreso para cumplir el ritual. Es poner las formas por encima del contenido. Israel puede, democráticamente, masacrar el pueblo palestino y Aznar apoyar la guerra de Irak siempre que lo haga guardando las normas de la democracia. Han caído en la trampa de la democracia formal burguesa que tanto sirve a los intereses del capital. Y, en lo de Grecia, Pedro Sánchez sólo sabe repetir que hay que cumplir las normas, igual que Rajoy.

Mucho ha circulado el término "casta", de un tiempo a esta parte, hasta convertirlo en el blanco de los comentarios más diversos. Pero nadie ha precisado cuál es el significado concreto que quiere dar a esta palabreja. ¿Por qué hablar de casta y no de clase? En general, el término casta hace referencia a un tipo de sociedad en la que los distintos grupos sociales permanecen separados, de hecho y de derecho, y en la que unas castas dominan sobre las demás. En la India, por ejemplo, refiere a grupo social de una unidad étnica mayor, que se diferencia por su rango, que impone los matrimonios dentro de la casta, y donde la pertenencia a ella es un derecho de nacimiento. En otras sociedades, casta es un grupo formado por una clase especial que tiende a permanecer separada de las demás por su raza, religión o status social. En nuestra sociedad, las castas, como algo blindado, cerrado e inaccesible, nos dicen que no existen. De hecho, siempre nos dijeron que, mediante el esfuerzo, todos los ciudadanos y ciudadanas podemos "ascender" de clase social. Y nos lo hemos creído.

Ahora bien, si las clases sociales no son un coto cerrado, ¿tienen límites? ¿se mezclan? ¿se solapan? ¿dónde termina una y comienza la otra? Quienes han denunciado la existencia de una casta contra la que hay que ir, no han dicho, con precisión, quiénes forman parte de esa casta. ¿Qué les caracteriza? ¿qué les hace diferentes? Y, sobre todo, ¿qué les hace tan odiosos? Y tampoco dicen si hay más de una casta. Entiendo que su ambigüedad es sólo una táctica para sumar una gran mayoría pero produce confusión.

Con motivo de la pasada Huelga General fallida en Torrelavega, en el Sindicato Unitario nos preguntábamos cómo era posible llegar a acuerdos con comerciantes y pequeños empresarios si nuestra experiencia nos demostraba que eran éstos quienes más se estaban aprovechando de la Reforma Laboral en contra de sus trabajadores. ¿Pertenecen estos empresarios a "la casta"? El intento de excluirlos de la casta y englobarlos en "esa mayoría necesaria para lograr el cambio" claramente ha fracasado. La historia demuestra que el pequeño empresario, cuando se siente angustiado, prefiere echarse en brazos de quien le está estrujando, el gran empresario, antes que apoyarse en los trabajadores. Recordemos la Alemania de 1931. Quienes han intentado sumarlos a esa gran mayoría está claro que no han conseguido "engatusarlos".

Lo de sustituir "derecha e izquierda" por "arriba y abajo" tampoco ha dado resultado. Y es que es muy relativo. La gente lo tiene claro. Unos encima de mí, otros debajo. Cada uno mira arriba y abajo desde donde está y se convierte así en la línea que separa ambos tramos. Y hay muchos "cadaunos". La distinción es relativa y, por lo tanto, ambigua. La distinción entre asalariados y no asalariados es más objetiva.

Sí creo que hay más de una casta. Quizá sean pequeñas castas, pero castas, en definitiva. "Castucas" diríamos en Cantabria.

Y no sólo en lo social, las hay también en política, en general, y en la izquierda, en particular.

Hay un sector de la izquierda que siempre ha preferido "mantener intactos sus principios ideológicos" antes que mojarse, buscando soluciones inmediatas (aunque, es cierto, no definitivas) para aquellos a quienes pretende representar. Obsesionados con mantener sus ideas puras, al final se quedan con "puras ideas" que, ellas solas, no sirven para cambiar la realidad. Confunden el cambio de chaqueta con el recorte de mangas cuando llega el verano para soportar el calor. Ignoran lo que pasa a su alrededor, el cambio de las estaciones, que después del Otoño suele venir el Invierno, no les importa, encerrados en su búnker ideológico, se conforman con mantener sus ideas impolutas, sin mancharlas, sin contrastarlas con la realidad, esperando un momento que nunca llegará, y con la pretensión de que, si llega, serán ellos quienes se pongan al frente para indicarnos a los demás el camino. Son una casta o, más bien, una "castuca". Desde su pedestal, critican a los demás, los llaman traidores, incluso les atacan. Pertenecen a la santa iglesia ortodoxa del socialismo y el comunismo.

Los últimos acontecimientos de Grecia ofrecen un ejemplo claro de lo que estoy diciendo. No ha habido, en toda la historia de la Unión Europea un empoderamiento del pueblo como el que se ha producido en Grecia. A todos nos ha sorprendido el NO del referendum. No han hecho la revolución, por supuesto, y seguro que van a seguir sufriendo mucho. Pero se han atrevido, siendo un pueblo tan pequeño, con el gigante Goliat europeo. ¡Cuántos hubiésemos querido que Zapatero y Rajoy, al menos, lo hubiesen intentado! Y, al lado de ese pueblo o, mejor, frente a ese pueblo, ¡¡el Partido Comunista Griego proponiendo el voto nulo!! Si han analizado lo que estaba pasando (lo cual dudo), se han equivocado, como esas encuestas que se hacen desde los despachos, sin pisar la calle. Y si sospechaban lo que iba a pasar, peor aún. Sin duda, el tiempo les pasará factura.

Y, por supuesto, esa izquierda no se libra de luchas internas, de manipulaciones, de sectarismos, de purgas, de disputas por el poco poder a que tienen acceso. Fomentan que sus seguidores insulten, descalifiquen al contrario, sin darles razones para ello. Dentro de esa "castuca", a su vez, hay castas más pequeñas que se reproducen continuamente y se suceden a sí mismas. Es una política casposa, vieja, muy usada, siempre ajena a lo que siente la gente, que les hace a ellos ser eternamente minoritarios, y que sólo le rinde beneficios a la derecha, como históricamente se viene demostrando. Al parecer, a algunos les cuesta mucho abandonar esa política casposa, aunque nos estén machacando, todos los días, diciendo que están haciendo lo contrario. El papel lo aguanta todo. Y los discursos también.