Jue25042024

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Dogmatismo de Antidogmáticos

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Gruber

Hace unos días, participé en una interesante mesa redonda, sobre la soberanía, en varias de sus vertientes, y me quedó un mal sabor de boca.

Fui invitado como alguien que tiene cierta experiencia en lo laboral y, en la mesa, me sentaba junto a otras personas del campo municipalista, del de la juventud, del agrícola-ganadero y del político. En concreto, y de este último, un ferviente defensor de Podemos. Fue, precisamente, una controversia mantenida, por mí, con esta persona, la que dejó ese mal sabor de boca.

Mi intervención trataba de dejar caro que quienes tienen el poder real no se presentan a las elecciones. Trataba de contestar al representante de Podemos que, en la línea habitual de los miembros de esa formación de ilusionar a la gente, argumentaba, más o menos, que, "a través de las elecciones se podía llegar a alcanzar el poder y, desde él, cambiar las cosas". Mi argumento fue que, mediante las elecciones, se podrá, en todo caso, alcanzar el gobierno, pero eso no significa que el gobierno sea el poder real.

Controversias aparte, lo que me dejó ese mal sabor de boca es que, por imperativos de la propia estructura del acto, no pudimos matizar convenientemente las posturas, y mi forma de argumentar, quizá demasiado contundente, pudo dejar la impresión, entre los presentes, de que soy contrario o muy crítico con todo el proyecto de Podemos. Y no es esa mi posición.

Si declaro que, en el panorama político actual, sólo encuentro interés en todo lo que se refiere a esa formación política y, consecuentemente, lo sigo intensamente.

Mi interés viene dado, en primer lugar, porque, en muchos años, no se ha producido, en la política española, un fenómeno como el que ha supuesto la aparición de Podemos y, sobre todo, el hecho de que, dicha aparición, ha provocado la salida a la luz de un grupo muy numeroso de personas, que está harta de la situación actual y que, hasta ahora, se dejaba llevar por la desidia, la rutina o el desencanto. Y, en segundo lugar, porque, hace ya bastantes años, vengo defendiendo esa filosofía de poner por delante el interés de la gente, dejarla que hable y escuchar lo que dice, sin interpretar otros lo que ella tiene que pensar o decir, la necesidad de recuperar el contacto con la realidad de la calle, el dar más importancia a la unidad con la gente sencilla que a la unidad de siglas y organizaciones, etc. Hasta ahora mis opiniones, defendidas públicamente, han sido un clamor en el desierto porque, soy consciente, llevar consecuentemente esa filosofía a la práctica es difícil y, sobre todo lleva tiempo. Y estamos obsesionados con los resultados rápidos. Soy, por lo tanto, muy riguroso en la valoración de los pasos que está dando Podemos. Como he dicho, los sigo con atención. Y lamentaría profundamente que, una vez más, la mayoría de esa gente que está entusiasmada con el proyecto quedase, nuevamente, desencantada.

¿Por qué el título de este artículo?

Sencillamente, porque vengo observando, en alguna gente defensora o que forma parte de Podemos, cierto nerviosismo, cuando se les ponen peros a lo que están diciendo y haciendo, sin distinguir entre las críticas destructivas y las constructivas. Comprendo su entusiasmo, pero no pueden creerse que están por encima del bien y del mal. Y algunas respuestas, cuando alguien ha manifestado alguna reticencia, han sido despreciativas, descalificadoras o, simplemente, han tratado de ignorarlas.

Pienso que Podemos está construyéndose y que tendrá que ir poniendo en práctica lo que predica. Y esto no lo deberían olvidar los mismos que hoy lo defienden, a ojos ciegas, como si fuera algo acabado y contrastado por la experiencia. Yo doy tiempo al tiempo.