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50 Sombras de Gray

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Frederic-Larsan

Agador, mi asistente personal, cuya esbeltez y belleza es inversamente proporcional a su número de neuronas, me dijo el otro día que estaba leyendo "50 sombras de Gray". Me comentó, con su habitual parquedad propia de mentes inferiores, lo "fascinante que era", a lo que añadió que "toda la gente hablaba del libro" porque "estaba de moda".


Así que no tuve más remedio que pedírselo y empezar a leerlo para comprobar por mí mismo de qué trataba aquel libro que tanto había conmocionado a Agador, de quien me consta no ha leído nada en su vida que tenga más de 45 páginas, las que corresponden a la edición mensual del Nabo Magazine, la revista que lee a mis escondidas.

Así que una tarde de pereza mental absoluta comencé a leerlo con curiosidad y, no puedo negarlo, a mi también me impactó desde el principio. No sólo por el lenguaje infantil de la protagonista (llena de exclamaciones ridículas como si estuviera en su fiesta de cumpleaños abriendo un regalo cada 10 segundos), sino también por el protagonista, el tal Mr Gray, un rico guapo guapísimo, con cuerpo de modelo (como el de Agador, imagino yo), pero que además le encanta el sexo duro y el sado más romántico y adulador posible, de tal manera que todas las mujeres no sólo aceptan sus propuestas sino que parece hacen cola para que se les aplique sus tórridas y amatorias propuestas.

Pero lo mejor, la protagonista. Una veinteañera ridícula y cursi pero muy guapa (cómo no), que es virgen para más incoherencia (se afana en afirmarlo en las primeras páginas como si le fuera la vida en ello), a la que el tal Gray le muestra, en la primera cita, una habitación forrada de terciopelo rojo con todos los aparatos de tortura sexual disponibles en el mercado. Y ella, a pesar de no haber conocido varón, la belleza del ínclito Gray no le hace dudar ni por un segundo (en un lenguaje tipo "la vaca muge y el delfín y fin" más propios de los libros de Gloria Fuertes), de que ella quiere que le haga de todo y lo antes posible porque después de conocerlo ya se podrá morir tranquila (de gusto), sin ningún tipo de duda.

Como el libro se lee en diagonal, es decir (el argumento es tan ridículo que no hace falta ni pensar lo que el texto pretende decir), en menos de media hora llegué a la página 247, momento en el que decidí dejarlo y llamar a Agador a mi estudio con tres toques de campanilla (que según nuestro código significa: deja todo lo que tengas entre manos y ven de inmediato).

Mi asistente entró sofocado y con la piel perlada por el sudor (a saber qué estaba haciendo), pero se mantuvo en pie mientras le abroncaba por el libro que había decidido leer. No sé siquiera si entendió cuando le dije que el título estaba incluso mal traducido (no es "50 sombras de Gray" sino "50 tonalidades de Gray", haciendo un juego con el apellido –Gray en inglés es Gris–), pero les aseguro que la bronca que le cayó fue monumental. Incluso le tiré el ejemplar a la cara el cual encajó entre su mejilla y su perfecta nariz italiana con gran estoicidad, circunstancia que por otro lado me hizo comprender precisamente aquello que más me gusta de Agador aparte de su firme trasero: su capacidad de encaje. Mirando cómo su mejilla se ponía colorada me pregunté a mi mismo si mi reacción había sido fruto de un ataque de celos de Mr Gray, que parecía haber distraído la atención que mi asistente suele profesar diariamente hacia mi persona.

Agador quemó obediente el ejemplar en la chimenea en mi presencia, lo que me hizo reconciliarme con él, y me prometió comenzar a leer "Sexus" de Henry Miller, el cual puse en las palmas de sus bronceadas manos. Hay que ver lo que cuesta culturizar las mentes blandas, pero, a veces, todo esfuerzo tiene su recompensa.

 

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