Vie29032024

Last update10:11:27 PM

La seguridad ambiental: los mapas de riesgos y la prevención de impactos

Valoración del Usuario:  / 3
MaloBueno 
IncendioCuchia02

Contaminación en todas sus variantes por tierra –suelos y subsuelos­–, aguas, mar y aire, mayor intensidad de inundaciones, sequías y temporales, subida del nivel del mar, deslizamientos de tierras, erosión, seísmos, soplaos o hundimientos, deforestación, cambio climático, degradación del paisaje, hacinamiento, saturación, extinción de especies, pérdida de biodiversidad, destrucción de hábitats, incendios forestales, agotamiento de los recursos, pobreza energética, refugiados ecológicos, sobrepoblación...., son fenómenos que han ido abriéndose paso en el lenguaje y las preocupaciones de la sociedad del último medio siglo que, lejos de interpretaciones tremendistas o acusaciones de catatrofismo y de su remisión a causas puramente naturales o accidentales e inevitables o fatalistas, han ido confirmando acertados análisis, cada vez más rigurosos y científicos, del carácter decisivo de la intervención del hombre en la generalización y frecuencia de las profundas alteraciones de sus relaciones con el medio ambiente, en la ruptura progresiva de los equilibrios bíofísicos y ecológicos fundamentales para garantizar la superviviencia de la propia especie –y de las que vienen acompañándola en su periplo vital–, y en la extensión de lo que, sin ningún género de dudas, podemos ya denominar como crisis ecológica planetaria.

Aparece. así, en el primer plano de las prioridades –por más que pretenda ocultarse su importancia y situarlas en el ámbito de unos movimientos ecologistas o de un pensamiento verde calificados, muchas veces, de opuestos al progreso y al bienestar de la población cuando no de lunáticos o fundamentalistas– el concepto y la aspiración a la seguridad ambiental, un objetivo que, a poco que se exprima su significado y trascendencia, es condición imprescindible para toda esa serie de seguridades que habían olvidado su soporte esencial: la seguridad alimentaria, la seguridad ciudadana, la seguridad laboral, la seguridad vial, la seguridad energética, la seguridad jurídica..., manifestaciones básicas para definir la calidad de vida y la justicia global para el conjunto de la sociedad.

 

Una seguridad ambiental continuamente amenazada –y las amenazas o los riesgos en sí mismos son, también, factores de inseguridad o seguridad psicológica, otro componente central en el grado de insatisfacción o satisfacción de cualquier comunidad humana– por la irrupción, cada vez más frecuente, de los fenómenos enunciados y de los que tenemos muestras, tanto en el interior como en la costa, dentro de nuestra región como si su presencia fuera ya obligada o fruto de procesos incontrolados imposibles de evitar o prevenir; dentro de la necesidad, por supuesto, de contemplar, en muchos casos, los contextos globales y universales de una seguridad ambiental que está en el origen de nuestra salud o de la estabilidad y cohesión social de nuestro entramados políticos o económicos al recordar que el medio ambiente no tiene fronteras y que está detrás de muchos de los episodios de contaminaciones transfronterizas, de la miseria de muchas poblaciones –y la miseria y las guerras son los principales enemigos del medio ambiente–, de los movimientos migratorios forzados, o de las desigualdades sociales y territoriales en las garantías sanitarias en el acceso a la salud o la alimentación....

Pero es en esta resignación ante lo que ocurre o en el enfásis exclusivo de aplicar terapias de reparación de los daños y perjuicios donde más se echa en falta precisamente lo contrario: la urgencia y prioridad en establecer las medidas preventivas y los mapas de riesgos para reducir a la mínima expresión los negativos impactos sobre la población, el medio ambiente y los soportes físicos y vitales que nos sostienen.

Porque es la sostenibilidad –y no esas pervertidas ideas o mantras de "crecimiento sostenible", una contradicción frecuente imposible de "sostener" en muchos casos– la que ha de plantearse, en muy diversos sectores de actividad, la filosofía del decrecimiento –o las de la contabilidad ecológica, la evaluación precisa de las externalidades y la crítica al productivismo o a las dimensiones puramente economicistas de las aspiraciones humanas– para conseguir que las generaciones actuales garanticen las necesidades de las generaciones futuras y mantengan el grado de resiliencia y vitalidad de los ecosistemas que producen los recursos que aprovechamos.

Criterios de conducta –los de la prevención de impactos y la confección de mapas de riesgos que, por ejemplo, en Cantabria carecen de respuestas anticipadas y de la cartografía y catalogación adecuadas– que deberían estar muy presentes en la planificación urbanistica y la ordenación territorial, en la educación ambiental y en las prioridades institucionales –y mientras, por otro parte, no cambien radicalmente las relaciones de poder y dominio entre los propios seres humanos dificilmente cambiarán las relaciones de dominio del hombre sobre la naturaleza para conseguir una mayor armonía y respeto con lo que nos rodea–, y en la asunción de unos valores que superen los horizontes del corto plazo y los rendimientos inmediatos, la insolidaridad intergeneracional y los desequilibrios Norte-Sur, y la depredación de los recursos y la creciente degradación ambiental predominantes hasta hoy.